Despertamos en Essaouira sabiendo que debíamos disfrutar lo poco que nos quedaba. Era nuestro último día en esta ciudad, así que con toda la energía del mundo nos levantamos y disfrutamos de un buen desayuno en la terraza del Riad Ben Atar. Quim y Éric aprovecharon para jugar lanzando coches por una hamaca
No se puede ir a Marruecos sin detenerse en las tiendas y comprar alguna que otra cosilla. Conocíamos la ciudad de nuestro anterior viaje. Essaouira es el sitio perfecto para eso. Paseamos por la medina y entramos en una tienda donde compramos unas cuantas cosas de artesanía. Íbamos con el chip de Marrakech por lo que intentamos regatear, pero el chico que nos atendía nos explicó que era un buen precio y que allí no regateaban. Él mismo nos recordó que esto no es Marrakech y la manera de actuar es diferente. Se lo agradecimos en el alma y con las compras y varios regalos que él nos hizo continuamos nuestro paseo por el mercado.
A los marroquis no les gusta especialmente que les hagan fotos. Deben estar cansados de la intrusión de los turistas en este sentido y lo pude comprobar en mis propias carnes. Íbamos paseando y un hombre se acercó a Quim preguntando si hablaba inglés, él sacando su intuición le dijo que no así que vino a mi y me preguntó lo mismo.
Yo no fui tan hábil y le dije que sí ¡en qué momento!. Me llamó de todo menos bonita por según él haberle hecho fotos sin permiso, con amenaza incluida de que la próxima vez me rompía la cámara. Yo con cara de flipada le intenté decir que eso no era así, pero se fue dejándome con la palabra en la boca. Lo alucinante es que ¡no le había hecho ni una sola foto! En fin, charla que me comí sin comerlo ni beberlo.
Tras una mañana más o menos tranquila paseando y comprando por la ciudad, dejamos las cosas en el riad y fuimos a comer. En esta ocasión terminamos en el café de Francia, donde comimos tranquilos aunque no es para tirar cohetes.
Momento de la siesta de Éric en el carro y nosotros seguimos nuestra marcha. Llegamos hasta la zona del puerto donde subimos a la Skala du Port. Es un torreón sobre la muralla desde donde se puede admirar tanto el puesto como la costa y la ciudad, por 10dh merece la pena.
La playa de Essaouira es bastante grande y sabíamos que el atardecer desde allí sería genial. La playa estaba repleta de gente jugando al futbol y pudimos disfrutar tanto del paisaje como Éric de la playa. Junto a la playa hay un bar con una terraza bastante chula y además sirven cerveza. Laia dijo que invitaba, así que los cerveceros como locos, saborearon una cara bebida (beber alcohol en Marruecos tiene un precio considerable) y con una buena charla fue llegando la noche.
Leímos en la Lonely la reseña de un restaurante que estaba bastante bien, así que fuimos hasta allí para descubrir que estaba cerrado. Así que nos quedamos en el Restaurant Keltoum, pequeño y familiar con un precio de menú de 50dh. Cenamos bien y yo (Elena) por fin probé la famosa pastilla que anunciaban por todas partes, una especie de pan muy fino relleno de carne que resultó estar muy bueno.
Vuelta a Marrakech
Tengo que decir que, ¡odio madrugar!. Cuando sabes que no puedes despistarte porque teníamos un recorrido en coche considerable para llegar a Marrakech a tiempo y no perder el avión. A las 4,30h sonó el dichoso despertador. Nuestro plan maestro consistía en coger a Éric dormido y llevarle en el carro hasta el coche.
Lo que no calculamos fue que justo antes de que sonara el despertador, el peque tuvo uno de sus habituales despertares de madrugada. Así que a esa hora no estaba dormido profundo. Llegó tranquilo hasta el coche pero allí terminó de despertarse. Por suerte, al rato imagino que contagiado por el sueño del resto, se quedó de nuevo sopa.
Esta vez me ofrecí yo a conducir, no por falta de sueño sino porque estaba muy oscuro y de noche veo mejor. A los demás les pareció estupendo ya que menos Laia que me hizo compañía, el resto roncaban tranquilamente en el asiendo de atrás.
Hasta que amaneció, el camino fue un poco estresante. La carretera no está nada iluminada y cuando menos te lo esperas te encuentras gente caminando junto a la calzada o motos o vehículos lentos sin ningún tipo de iluminación, imaginamos que iban a sus trabajos. Teníamos que ir fijándonos mucho para no llevarnos a nadie por delante.
Al rato ya estaba amaneciendo, paramos en el primer antro que encontramos abierto en la carretera, mientras los lugareños mucho más despiertos que nosotros nos miraban extrañados.
Con Laia al volante y con Éric despierto, nos fuimos acercando a Marrakech donde dejamos el coche en el parking del aeropuerto. Aquí en el aeropuerto, hay que pasar controles hasta para entrar en la terminal. Laia y yo fuimos directas a ver si encontrábamos el carro perdido en el vuelo de ida, y ¡sí, allí estaba!. Gracias al cartel colgado del carro de la guardería de Éric donde pone su nombre, pudieron llevarlo a su destino y aunque bastante sucio nos lo pudimos llevar de vuelta a casa.
Finalmente tras pasar varios controles, conseguimos entrar en la zona de embarque y como quedaba mucho tiempo. Decidimos desayunar en condiciones, pero con precios europeos, un auténtico robo y más para Marruecos.
Con Quim tirándose el café encima y teniendo que comprar una camiseta, fuimos haciendo tiempo ya que además el vuelo fue con retraso. Yo aburrida y Quim atacado por si perdíamos el enlace. Finalmente un pequeño avión de hélices nos llevó hasta Casablanca. Tuvimos que ir corriendo como locos por la terminal y con despiste incluido. Conseguimos coger el vuelo que nos llevaría a casa, esta vez todo lo contrario un avión bastante grande con pantallas en los asientos que nos animó ante la negativa de Éric a dormir. Nuestro gozo en un pozo, ¡¡justo su pantalla no iba!!
Tras echarle imaginación e inventar juegos para que el vuelo se le hiciera corto. Justo antes de aterrizar a Éric le venció el sueño y no podía ser peor momento, sin carro hasta llegar a la terminal tendríamos que cargar con el dormido profundamente. Nos fuimos turnando al peque con sus 16kg a cuestas, recogimos nuestros equipajes donde esta vez sí estaba todo.
Cogimos el cercanías para ir a nuestras respectivas casas, una semana intensa sin parar y con mucha pena al decir hasta luego a nuestros compis de viaje. ¡Lo bueno se acaba pronto!
Éric se despertó en el metro llegando a casa y se enfadó porque se había perdido el tren, que es lo que más le gusta en el mundo. De hecho cuando le preguntamos qué era lo que más le había gustado del viaje, nos dijo que el tutú (tren). ¡ Manda narices! Jajaja.
Tengo que decir, que mi primer viaje a Marruecos no me dejó un buen sabor de boca, debió ser por la gastroenteritis que pillé que me hizo estar 3 días machacada. Tenía ciertas dudas al irnos con un niño de 2 años y medio. Cuando vas a hacer un viaje así mucha gente te dice estás loca por llevarte a un peque y esto al final te hace dudar. Pero fue genial, me llevé una grata sorpresa y descubrimos rincones geniales. Por supuesto Éric se adaptó genial y pudimos disfrutar todos de lo lindo.