Tras la intentona fallida del día anterior, ya teníamos muchas ganas de caminar por las formaciones de calcio de Pamukkale. Desayunamos en el hotel con Jordi y Mari, típico desayuno turco con huevo duro, tomates y leche rarilla… parecía que estaba cortada así que preferimos pasar de ella por si las moscas.
Visitando Pamukkale
En la entrada de Pamukkale nos dijeron que debíamos ir descalzos para no destrozar la zona y la verdad es que es una gozada. Como cinco críos comenzamos a subir por la montaña. Íbamos parando cada dos por tres para hacer fotos, o alguna tontería jugando con el agua caliente que caía por las montañas. El calcio hace que sea muy rugoso y hasta que te acostumbras los pies duelen un pelín, pero rápido le vas cogiendo el gustillo.
Según íbamos ascendiendo el agua estaba más caliente. Hay unas piscinas naturales donde algunos se bañaban, nosotros nos conformamos con meter los pies y reírnos mucho con algunos personajes de la zona.
Cuando menos lo pensamos ya habíamos llegado arriba. Una pena porque estábamos disfrutando mucho aunque ya teníamos bastante dolor de pies. Aun nos quedaba descubrir la ciudad de Hierápolis, así que nos calzamos y emprendimos el camino hacia la antigua ciudad que estaba al lado.
Hierápolis, lugar de veraniego del imperio romano
Hierápolis fue una antigua ciudad griega que más tarde pasó a manos de los romanos. Se conservan muy bien algunas zonas, sobre todo el teatro, el paseo central y la zona de las letrinas, el resto la verdad es que un montón de piedras sobre el suelo y hay que intentar imaginar como sería en aquella época. Esta destrucción se debe al terremoto del año 1354 que arrasó la ciudad.
Tras una buena caminata bajo un sol de justicia que caía, decidimos volver hacía la zona calcificada para de ahí bajar la montaña y comer en algún lugar. Después de cuatro horas de visita que habían pasado volando nos encontramos sentados en el restaurante donde engullimos la ansiada bebida.
Una rica comida y muy buena charla intentando arreglar el mundo en compañía de nuestros amigos y una pareja al final del restaurante que no paraba de mirarnos. Descubrimos que también eran españoles y la conversación debía parecerles interesante pero no se unieron.
Volvemos a Antalya
Aun nos quedaba un rato así que nos fuimos al hotel y estuvimos jugando al UNO hasta que llego la hora de coger nuestro Dolmus. Tras esperar un buen rato nos empezamos a mosquear porque no llegaba y nos parecía raro. El conductor de otro Dolmus nos dijo que no se cogía allí y tuvimos que echar una carrera hasta el sitio que nos había indicado pensando que ya lo habríamos perdido, pero hubo suerte. Con bastante pena nos despedimos de Jordi y Mari, ellos continuaban el viaje hacía otra zona y nosotros volvíamos a Antalya.
El bus que nos llevó era bastante chulo, el mejor hasta el momento. Disfrutamos de nuestra comodidad llegando a Antalya 5 horas después y no 3 como nos habían vendido, Turquía es así. En la estación nos dijeron que el 93 ya se había ido, así que cogimos otro Dolmus puesto por la compañía que aunque no le hizo ninguna gracia, nos terminó llevando al centro de la ciudad.
Al llegar al hostal tuvimos suerte, al final nos habían conseguido otra habitación. Nos habían dicho el último día que no tenían habitaciones para cuando volviésemos de Pamukkale. De modo que rendidos por el largo día, caímos como troncos.