El día de mi cumple Quim me sorprendió con una inmersión en Lanzarote para ver Bucear en el Museo Atlántico. Sorpresa, ilusión y un poco de cague. Desde que me saqué el título hace la friolera de veinte años, no había vuelto a bucear, pero estaba todo pensado, primero un recordatorio y luego la inmersión.
Hasta las 12h no teníamos que estar en el Dive College de Lanzarote. Aprovechamos para relajarnos y hacer la colada. En Costa Teguise descubrimos una lavandería por casualidad que no aparecía ni en internet. Así que Quim se fue a lavar nuestra ropa. A la vuelta nos fuimos hacia el sur.
Cada vez más cerca del Museo Atlántico
El recordatorio que hice fue genial, así que llegó el día de visitar el museo. A la hora acordada con el centro de buceo, llegamos y con la calma fueron llegando el resto de buceadores. Me adjudicaron instructor y a una compañera, Ana, una chica de la isla que vive en Valencia y aprovecha las vacaciones para bucear en su tierra. Congeniamos estupendamente, ambas con un nivel parecido. Tras explicarnos el plan de buceo y como sería el recorrido bajo el agua, nos pusimos los trajes y rumbo a la playa para nadar hasta el barco.
Hasta aquí genial. Íbamos a bajar dos grupos para bucear en el Museo Atlántico, el mío lo formábamos dos parejas y el instructor. El barco puso rumbo hasta una serie de bollas que marcan el punto de inmersión y de salida, para que los barcos sepan dónde deben colocarse. Allí hay otro barco a modo de taquilla que comprueba que todo el mundo lleve su entrada, por lo que ir por libre e intentar colarte, no es viable.
Inmersión en el Museo Atlántico
Así como quien no quiere la cosa nos tiramos al agua, con mariposillas en la barriga, agarré el cabo y empecé el descenso. En esta inmersión bajamos hasta aproximadamente 15 metros. Abajo ya estaba Ana esperándome, al llegar junto a ella nos miramos para comprobar que todo estaba bien y empezamos a bucear en el Museo Atlántico.
El museo está dividido en dos zonas. En la primera vas haciendo un recorrido por las diferentes estatuas que simulan situaciones de personas reales que viven en la isla, excepto una de las figuras que no tiene cara. El resto son perfectamente identificables. Actualmente ya ha crecido mucha naturaleza en ellas. Nos contaron que de vez en cuando el propio artista Jason deCaires Taylor baja para limpiarlas.
Esta visión es preciosa y a la vez bastante siniestra, impresiona ver imágenes tan realistas. Una patera, dos personas haciéndose un selfie a su lado, un grupo de gente caminando hacia un muro, un círculo formado por personas que han perdido la vida en el mar. El mensaje es bastante claro, haciendo una fuerte crítica hacia lo que estamos viviendo actualmente en nuestros mares y cómo están actuando o no, los gobiernos.
2ª parte del Museo Atlántico
A la mitad del recorrido llegamos a un muro bastante alto, cruzamos por una pequeña puerta para acceder a la segunda zona. Aquí el lenguaje es diferente, mimetizando personas con plantas, unos columpios vacíos y figuras marinas. También, hay un espejo puesto en el fondo, para que pases por encima y puedas ver tu propio reflejo.
En esta zona tuve un momento complicado, al vaciar la máscara de agua, no se qué hice, pero me entró agua por la nariz y se me fue hacia el oido…sí sí, no hay cosa más absurda ni surrealista. El caso es que me molestaba mucho y en ese momento pensé, “ a ver Elena, estás a 15 metros y aún queda un rato…” así que no me quedaba otra opción que tomármelo con tranquilidad e intentar no pensar mucho en ello.
Poco a poco la situación fue mejorando, me uní a mi compañera y continuamos con la visita hasta encontrarnos con otro Cabo que indicaba la salida. Así que a la inversa, fuimos ascendiendo hasta un triángulo colocado a 3 metros de profundidad, donde debíamos descansar y realizar la parada de seguridad.
Vuelta a tierra tras Bucear en el Museo Atlántico
La subida al barco un poco de chiste, al llevar un rato sumergida la sensación de peso desaparece, pero cuando sales a la superficie se multiplica y caminar es muy complicado.
Contentas fuimos compartiendo la experiencia mientras el barco nos llevaba de vuelta al centro de buceo. Allí me esperaban Quim y los niños. Éric super contento me acompañó desde la playa y esperó pacientemente hasta que me quité el equipo, lo metí en agua dulce, y toda la parafernalia de estas cosas.
Ellos ya habían comido, pero yo estaba hambrienta, como ya imaginaban que tendría mucho hambre después de bucear en el Museo Atlántico, me habían comprado una riquísima hamburguesa que devoré en un momento. Mientras nos dirigíamos a hacia las Salinas de Janubio para hacer un poco de turismo.
Salinas de Janubio
Todos juntos nos dirigimos a las Salinas de Janubio. No se puede acceder por la tarde a las instalaciones, solo se pueden visitar con guía. Así que las vimos desde fuera, buscamos un punto alto y vimos el paisaje desde allí. Visitar unas salinas siempre es chulo fotográficamente hablando, una pena que no pudiéramos entrar.
Los Hervideros
Continuamos la ruta hasta Los Hervideros. Llegamos a la conclusión de que se llaman así por la cantidad de turistas que llegan hasta allí. Tuvimos suerte y cuando lo visitamos debía haber una pausa entre grupos de turistas que llegaban en autocar. Disfrutamos del lugar relativamente tranquilos.
El sitio es muy chulo, unos acantilados formados por la lava en los que la fuerza del agua han ido creando cuevas y túneles. Puedes pasear sobre ellos y adentrarte por pequeños caminos para ir descubriendo cada rincón. Imagino que con temporal será imposible acercarse, en un día normal ya es visible la fuerza de la naturaleza, por lo que en un día agitado debe ser impresionante.
Nada más terminar la visita, vimos como llegaban varios autocares repletos hasta arriba de turistas deseando ver la zona, eso sí en tiempo récord. Bajaban, recorrían a buen ritmo la zona y de vuelta a su transporte, viajar así debe ser de todo menos divertido.
Charco Verde
Para acabar de completar el día y aprovechando que estábamos en la zona nos acercamos hasta el pueblo de El Golfo. Nuestra intención era visitar el Charco Verde que está junto al pueblo. Antes queríamos tomar algo en el pequeño pueblo.
Encontramos varios restaurantes junto al mar y nos plantamos en una terraza. No había mucha gente en el pueblo, casi todo el mundo que llegaba se iba directo al Charco Verde aprovechando el aparcamiento que está a la entrada del pueblo. Nosotros aprovechamos para dividirnos. Éric y yo nos fuimos a buscar un tesoro y Álex dormido y Quim a dar una vuelta por el pueblo.
Cuando nos juntamos todos fuimos a ver el famoso Charco Verde. Como Álex seguía dormido fuimos por etapas. Desde el aparcamiento al mirador hay unos 10 minutos andando si llega. La vista es espectacular, unas algas y el azufre que contiene el agua le dan un tono verdoso y además contrasta con las laderas de tierra volcánicas de color naranja.
A estas alturas ya estábamos cansados y los niños deseando jugar en el apartamento, con calma nos dirigimos hacia Costa Teguise, esperando no encontrar cucarachas tamaño gigante (por lo visto típicas de la isla).