Llegamos a Vila das Pombas a los pies del valle de Paul. Nos dirigimos a nuestro alojamiento el cual tuvimos que pasar bajo una casa y seguir un camino poco transitado al lado de unos plataneros. Ese es el atractivo, entre plataneros y campos de caña de azúcar está Aldeia Jerome. Éric fue directo a un carrusel de caballos. Durante el poco tiempo que estuvimos en este tranquilo pueblo subió infinidad de veces.
Después de registrarnos nos mostraron la habitación. Le preguntamos si era toda la estancia, tenía un salón grande, cocina, dos habitaciones, baño. ¡Nuestra primera casa en Barcelona era más pequeña!
Los percebes huyen del cuerpo de Quim
Nos acomodamos y como siempre explotaron nuestras mochilas. Decidimos salir a conocer el entorno junto al océano. Empezaba a encontrarme un poco raro, (Quim) pero no le di mucha importancia y seguimos paseando. Al volver seguía encontrándome cada vez peor por lo que decidí tumbarme en la cama y a los pocos minutos Elena y Éric alucinaron.
Como si estuviese sobre una catapulta, salí de un salto de la cama, mi intento por evitar la salida de mi interior fue vano al taparme la boca. La erupción fue inminente e incontrolable. Los puñeteros percebes que comí en Punta do Sol al mediodía explotaron en mi boca como si no hubiese un mañana. No llegué a tiempo, se podía seguir mi rastro a través de ellos hasta el lavabo donde acabaron de salir los demás. Está claro que no estoy hecho para los lujos.
Hecho polvo me fui a dormir. Éric y Elena se fueron a buscar la cena al Restaurante Veleiro que pertenece a los mismos dueños que el que hay en Ponta do Sol. Irónicamente donde comí los Percebes que habían abandonado impunemente mi cuerpo.
Al día siguiente mi cuerpo se había recuperado y me levanté hambriento. El desayuno nos lo sirvieron en una terraza con unas vistas increíbles del entorno, esta vez no estábamos solos y había más gente alojada
Nos vamos de excursión al Valle de Paul
Con fuerzas renovadas fuimos en busca de un transporte para subir a Ribeira Grande. Desde allí descenderíamos caminando por el valle de Paul. Encontramos uno, ¿adivinas que nos costó? ¡1000 escudos!, da igual a donde vayamos, siempre era la misma tarifa. Con la excusa de subir como taxi nos salía más caro. Si tienes más tiempo puedes esperar a uno que suba con gente y te saldrá más barato.
Cuando se acabó la carretera adoquinada nos bajamos. Un hombre nos aconsejó subir por un camino un par de minutos para disfrutar de una visión increíble del valle de Paul, así que le hicimos caso. No nos engañó, la vista era espectacular. Después de disfrutar del paisaje comenzamos el descenso, Éric no tenía muchas ganas de caminar por lo que en seguida se subió a su medio de transporte. Esta vez me tocaba a mi, por lo que le acomodamos en la manduca y a disfrutar de los 6 Kilómetros que faltaban hasta abajo…
El valle de Paul es espectacular. Fuimos atravesando pequeñas aldeas y saludando a la gente con la que nos íbamos cruzando, todo el mundo te corresponde. El cielo poco a poco se iba cerrando. Descubrimos un restaurante curioso justo sobre la hora de comer. Faltaba casi una hora pero como tardan tanto mejor prevenir. Se llama O Curral y la mayoría de los productos son de proximidad, de su propio huerto y los licores como el grogue lo hacen ellos con una gran variedad de sabores de frutas de la zona.
Disfrutamos de la comida y proseguimos la ruta descendiendo poco a poco. El cielo ya se había tapado, por lo menos el sol no nos castigaba con sus rayos. Pasamos cerca de una especie de piscina de agua en donde había un montón de niños y adolescentes refrescándose y pasándolo en grande. Cuando ya llevábamos unas cuantas horas de camino, parecía que nunca llegaba el final, vimos un par de hombres que con los pies descalzos se acercaban por la orilla del río cargados. Transportaban sobre sus hombros un montón de plátanos para posteriormente dejarlos junto a la carretera y nosotros quejándonos.
Al fin divisamos Vila das Pombas y se renovaron los ánimos. Cuando estábamos cerca del alojamiento oímos el sonido de una trompeta y pensamos que había alguna fiesta. Al girar la esquina para ir a nuestro alojamiento nos encontramos un cortejo fúnebre y claro nos quedamos parados, no nos lo esperábamos. Junto al féretro una gran cantidad de gente en dirección al cementerio. Esperamos a que pasasen y en una tienda que hay cerca del hotel compramos bebidas fresquitas para recuperarnos, de la caminata.
Para cenar elegimos el Restaurante Atlántico en el centro del pueblo. En este local suele haber música en directo. Nos sentamos en la terraza, colgada sobre la playa donde rompían las olas, pero la lluvia nos echó al cabo de un rato y nos tuvimos que refugiar en el interior. El local es curioso y se come bastante bien, después de disfrutar de la cena nos recogimos porque estábamos reventados.
Al día siguiente íbamos a abandonar este precioso lugar para hacer nuestra última noche en esta preciosa isla y visitar Porto Novo.