Después de visitar los Atlas Studios nos dirigimos a la Kasbah Taourirt más tarde iríamos al oasis de Fint. Estaba muy cerca y en unos diez minutos aproximadamente llegamos justo en frente donde había un pequeño aparcamiento. Por supuesto, había alguien para poner la mano y llevarse unos dirhams. Antes de las taquillas había un grupo de gente que rápidamente se ofreció para guiarnos intentando disuadirnos del pago de la entrada para llevarnos ellos por la Kasbah y a la medina que hay junto a esta.
La Kasbah Taourirt
Preferimos pasar por taquilla y pagar los 20 dirhams. Se nos ofreció otro guía que nos quería enseñar el recinto por 100 dirhams aludiendo que es un laberinto, el guía hablaba español y nos explicaría la historia. Nos hicimos los locos mientras algunos íbamos al lavabo. Como veían que no teníamos mucho interés nos dieron un minuto antes del último intento. Se volvió a ofrecer otro por 80 dirhams, lo hablamos y decidimos aceptar, tampoco suponía mucho entre cuatro.
Nuestro nuevo guía nos explicó la historia de la Kasbah Taourirt. La estaban restaurando gracias a las ayudas de la Unesco. El edificio es bastante enrevesado, no creemos que nadie se pudiese perder, por lo que si se quiere prescindir del guía no sería un problema. Lo bueno es que nos iba explicando para que servía cada estancia y como vivían por lo que no está nada mal.
Visitando la medina
Una vez realizada la visita a la Kasbah Taourirt le seguimos por la medina poco a poco, ya que entre hacer fotos y llevar el ritmo de Éric íbamos muy lentos. Nuestro guía empezaba a mirar por sus negocios y nos condujo hasta el corte inglés marroquí. Una pedazo tienda que nos la vendían como una asociación de mujeres que hacían artesanía y la vendían aquí, no es la primera vez que nos lo dicen.
Nos mostraron las diferentes estancias abarrotadas de todo tipo de objetos. El vendedor que nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja a medida que íbamos avanzando por la tienda y que no poníamos especial interés en ningún objeto se le iba ensombreciendo el semblante. En la puerta cuando nos despedimos ya no disimulaba su enfado, no podíamos comprar en todas partes y menos con estas encerronas.
Aún así nuestro guía no se rindió y nos fue paseando por delante de todas las tiendas de la medina. Suponíamos que debería llevarse alguna comisión. Puso especial interés para que entrásemos en todas las tiendas. Incluso su hijo tenía una especie de taller en una antigua sinagoga y nos especificó que no era una tienda, pero las paredes estaban llenas de pañuelos y nos iba cantando los precios, curioso para no ser una tienda.
Después de completar el recorrido, quiso quemar su último cartucho ofreciéndonos un lugar donde comer. Ya no nos fiábamos de él después de tanta tienda le dimos las gracias y cada uno por su lado. Aprovechando el «tiquet» del parquing nos fuimos a unos bares que hay al lado y comimos sin agobios, no era un gran sitio pero que le íbamos a hacer.
Hacia el Oasis de Fint
Con el estómago lleno nos fuimos al Oasis de Fint que estaba a unos 14 kilómetros de la ciudad. Teníamos que ir por un camino de piedras desértico. De repente comenzamos a descender y aparecimos en un lugar totalmente diferente con un río rodeado de palmeras por todas partes.
Aparcamos al lado de unas casas donde viven algunas familias y con Éric dormido en el carro descendimos hasta el río donde hicimos algunas fotos. Nos descalzamos para cruzar a Éric dormido, aquí es donde echamos mucho de menos la mochila con la que lo llevamos normalmente y que se nos había olvidado en casa. La zona es preciosa y tranquila dimos una pequeña vuelta hasta que casi volviendo se despertó, por lo menos pudo ver algo.
Empezaba a anochecer por lo que volvimos al coche y con mucho pesar nos fuimos alejando poco a poco de este precioso Oasis. Quisimos investigar un poco la zona pero solo había caminos de piedras. Casi nos cargamos nuestro delicado coche de alquiler que golpeamos accidentalmente en el parachoques trasero y se desprendió parcialmente. En vista del éxito al final desistimos y volvimos a Ouarzazate.
Aparcamos el coche delante del hotel y dimos un paseo por el centro. Éric pudo volver a disfrutar de los coches eléctricos que hay en la plaza Al Mouahidine e hicimos algunas compras. Más tarde cenamos en un restaurante cercano y comimos muy bien en el restaurante Sable Dór, al lado de la plaza Al Mouahidine. Por cierto por la mañana conseguimos encajar el parachoques, ¡menos mal!